Skip links

Ricos piden impuestos

El mundo al revés. Warren Buffet, uno de los norteamericanos más ricos, quejándose de los pocos impuestos que paga: 17% sobre sus ingresos, menos que lo que aportan los empleados de su fondo de inversión, y pidiendo que el gobierno norteamericano aumente la carga tributaria a los más ricos. Un grupo de 16 adinerados franceses, entre ellos los dueños de la empresa de champán Tattinger y la de cosméticos L’Oreal, llamando a otros ricachones para que hagan “una contribución especial” en impuestos a fin de preservar el modelo económico francés de Estado de bienestar. Pero no todos los ricos piensan igual: las familias más pudientes de Francia no se aunaron a este pedido, y muchos políticos republicanos en Estados Unidos tildaron de irrelevante la iniciativa de Buffet.

 

¿Qué está pasando para que algunos de los que más tienen en Norteamérica y Europa muestren súbitos ataques de generosidad? Posiblemente una mezcla de genuina preocupación por mantener los servicios de apoyo a los pobres, interés en evitar que se descalabre al aparato estatal, y toma de conciencia de que las desigualdades extremas crean tensiones sociales y violencia. Ante esto, los proponentes del mercado sin límites, del Estado minimalista, de la desregulación a ultranza y del egoísmo desbocado como fuerza propulsora del progreso se están quedando sin piso. No sólo la evidencia de desigualdades crecientes y pobreza persistente está demostrando que sus recetas no funcionan, sino que los ricos que se beneficiaron de las rebajas de impuestos a la renta, y de las exenciones tributarias a las utilidades de la especulación financiera, se han dado cuenta que la situación es insostenible.

 

Las consecuencias negativas del afán de los fundamentalistas del mercado por minimizar el papel del sector público han motivado un rechazo que se va generalizando cada vez más. Las protestas sociales en varios países europeos, y aún en Israel y Chile, muestran que crece la oposición a que el Estado sea un simple espectador de la concentración de riqueza, de la perpetuación de desigualdades, y de la exclusión social. Pero esto no conlleva un retorno al pasado estatista, y menos una aceptación de los excesos de un Estado intervencionista e ineficiente, que desperdicia recursos y genera corrupción.

 

¿Qué lección debemos aprender de todo esto para nuestro país? La principal enseñanza se deriva del viejo precepto aristotélico del “justo medio”. Durante el decenio de los 70s tuvimos un exceso de Estado, creando burocracia, ineficiencia y estancamiento económico, y durante los 90s se desmanteló el sector público sin reducir la corrupción, y aumentó la desigualdad sin disminuir la pobreza. Ahora tenemos la oportunidad de aprender de nuestros errores, y también de los errores de otros en Norteamérica y Europa. Necesitamos un sector público fuerte y eficiente, con presencia en todo el país, pero sin excesos intervencionistas; políticas públicas activas en armonía con el mercado, que estimulen el emprendimiento y la inversión privada; y un equilibrio entre la iniciativa individual y el interés público en el manejo de nuestra economía.

 

La resistencia de las empresas mineras a compartir sus utilidades extraordinarias con el impuesto a las sobreganancias contrasta con el ejemplo de Buffet y los ricachones franceses que proponen contribuir más al tesoro público. Los programas de responsabilidad social corporativa de muchas empresas son una expresión de solidaridad social, pero no reemplazan la presencia de un Estado que requiere de mayores recursos para cumplir adecuadamente sus funciones. ¿Veremos algún día a y a los ricos en nuestro país pidiendo pagar más impuestos?