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Ausencias

Las fiestas de Navidad y la transición a un nuevo año nos hace pensar en las personas a quienes no veremos más en el futuro. La ausencia de amigos, colegas y mentores con quienes se ha compartido momentos especiales a lo largo de muchos años, se siente con más fuerza en tiempos festivos, cubriendo con una capa de nostalgia la alegría que los caracteriza.

 

Además de la dolorosa partida de Daphne Zileri, querida amiga y talentosa fotógrafa, durante los últimos tiempos nos han dejado varios mentores, colegas y compañeros. Uno de ellos fue Juan Miguel Bákula, ilustre diplomático e intelectual, cuya contribución a la historia de la política exterior peruana no tiene paralelo, y de quien recibí sabios consejos en muchas oportunidades. Alfonso Grados Bertorini, periodista, ministro y promotor del diálogo y la concertación, nos dejó también hace poco más de un año. Tuve el privilegio de ser su amigo, disfrutar de su amena conversación y beneficiarme con su apoyo desde la época de mis estudios de posgrado.

 

Más recientemente ha muerto David Hopper, quien fue el primer presidente del Centro Internacional de Investigaciones (IDRC) de Canadá y más tarde vice-Presidente del Banco Mundial. Durante el decenio de 1970 fui testigo de sus extraordinarias contribuciones para centrar la ayuda para el desarrollo en la creación de capacidades científicas y tecnológicas. Un decenio más tarde observé de cerca sus esfuerzos por modernizar y agilizar el diseño e implementación de políticas para el desarrollo en el Banco Mundial.

 

Otros amigos de mi generación, Pocho Tantaleán, Carlos Iván Degregori, Carlos Franco y, anteriormente, Helan Jaworski, han partido en los últimos tiempos. Cada uno deja recuerdos de numerosas conversaciones que me ayudaron a configurar mis ideas y puntos de vista, y de las cuales aprendí mucho. Su ausencia ha creado vacíos que sólo el recuerdo de nuestros intercambios, a veces acalorados y combativos pero siempre respetuosos y cariñosos, pueden llenar de vez en cuando.

 

Cuando nos damos cuenta que no tendremos más la compañía y la complicidad de amigos queridos, y que no volveremos a escuchar en vivo sus palabras y consejos, cobra aún mas importancia la memoria de las vivencias y experiencias compartidas. A menudo me encuentro preguntándome: ¿qué hubiera dicho tal o cual amigo? ¿qué me hubiera sugerido? ¿de qué manera hubiera reaccionado a mis planteamientos? Sus imaginadas respuestas, basadas en lo que tuvimos en común y lo que conocíamos el uno del otro, me ayudan a centrar mis ideas y a definir cursos de acción. En este sentido, los que se han ido siguen aún con nosotros —y lo estarán durante toda la vida.